¿Quién no recuerda esas tardes de tortura cuando estabas aprendiendo a leer?
Yo me recuerdo sentada en el comedor de mi casa, con mi mamá tratando de enseñarme a pronunciar la ‘m’ con la ‘a’, responder ‘pa’ y ver la cara de frustración enorme en su rostro. Creo que la mayoría de nosotros, salvo algunos afortunados, prefería que fuera un tercero quien nos ‘ayudar con la tarea o a estudiar para los exámenes, antes que nuestra propia madre. Por lo menos en mi caso sí asistí a clubes de tareas y con profesores de regularización con quienes aprendía increíblemente rápido y sin frustraciones, para que mi mamá mantuviera su salud mental.
Fue gracias a toda esta traumática experiencia, (es broma mami), que me había prometido ser la mamá mas paciente del mundo a la hora de hacer la tarea con mis hijas… hasta que nos topamos con el número 7, ¡DIOS! el 7, no podrían entender que el ojo me tiembla de estrés cada vez que lo veo.
Tengo la gran ventaja de haber optado por una educación Montessori para mis hijas, así que nos habíamos librado de tareas y exámenes por un muy buen tiempo, hasta ahora, con esta cuarentena y clases en línea: claro que nos dejan actividades para realizar en el día.
Mi hija mayor, por un año, pero mayor, está en proceso de escribir los números; ya domina casi todos sin error y a su manera, muy a su manera en tamaños y formas, porque de repente traza un 1 muy pequeño y le sigue después un 3 gigante del tamaño de media hoja… en fin. Las que tienen hijos pequeños entenderán a lo que me refiero, y las mamás que tienen un problema de perfeccionismo entenderán el estrés que tengo a la hora de hacer las actividades.
Todo iba muy bien, mucha armonía y paz hasta que pasamos del 6.
Todos sabemos cómo se traza el 7. Bueno, pues ella lo trazaba invertido, como si fuera visto en un espejo. Claro que al principio, con mi botecito lleno de paciencia, empecé por explicarle que el siete no se traza así, que era como si extendiera su brazo, nos paramos, lo modelamos, lo trazamos en el aire, lo trazamos en la hoja de práctica muchas veces hasta que se sintió capaz de hacerlo, muy motivada, era el momento de trazarlo en la actividad y una vez más, lo trazó al revés,
‘No pasa nada’, le dije,’lo borramos y podemos volver a intentarlo, recuerda cómo lo practicamos’… repitan esta conversación diecisiete veces.
Llegamos a la frustración, esa mamá paciente se esfumó, después de alzar la voz, rezarle a Dios, pasamos a los gritos y llegó el punto en el que me recosté en la mesa fingiendo llorar, tirándome al drama, Romina me tocó el brazo y me preguntó qué pasaba. ‘¿Por qué estás así, mami?’. Hizo una pausa y me dijo ‘No pasa nada, lo volvemos a intentar’.
Balde de agua fría no alcanzaría a describir lo que sentí. Ella, a quién le había gritado, regañado, borrado mil veces su trazo, era quién me decía que no pasaba nada, y qué cierto es. NO PASA NADA, me lo grabé muy remarcado en el cerebro.
Estas clases en línea, estas tareas, este ser mamá y maestra a la vez, es demasiada exigencia para algunas de nosotras. Es lógico que perdamos la paciencia de vez en cuando, es obvio que queramos que nuestros hijos aprendan a la velocidad de Einstein, pero ¿Para qué? ¿Para demostrar que son excelentes, para sentirnos portadores de una medalla caminante?
Una vez más, como la mayoría de las veces, te pido que te detengas y te preguntes a quién le beneficia este ser y hacer todo a la primera y sin errores. ¿Es parte de mi ego y mi necesidad de satisfacerlo? Una vez con la respuesta, piensa que los niños aprenderán, en algún momento lo aprenderán, con la práctica, con el tiempo, no conozco a ningún adulto que haya asistido a la escuela y no sepa leer o escribir. Sucederá, lo sabrá hacer, aprenderá a leer y a escribir, pero todo será a su tiempo. Así como nosotros no estábamos preparados para ser maestros, ellos tampoco lo estaban para ser nuestros alumnos.
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