Los medios y nuestra misma psique retorcida —unas más que otras— contribuyen a que idealicemos no solo a las personas, sino también a los lugares y a los recuerdos.
Freud explica que la idealización tiene que ver con el narcicismo y, aunque en estas épocas muchos ya no toman tan en serio las teorías de este psicoanalista, yo sí apoyo a mi compadre.
Andar por la vida con altas expectativas es culpa de Hollywood, de tus papás y de la falta de autoconocimiento, aunque, ¿quién se va a preguntar si lo que cree es correcto o funcional emocionalmente cuando somos niños? Uno crece con la idea de que las princesas y los príncipes existen porque Disney no miente.
Bien lo dijeron en 500 days of Summer, película que cualquier crítico de cine no ha visto, pero como yo soy más popular y hasta la banda me gusta, pues sí vi. En muchas películas, series o telenovelas encontramos protagonistas que dicen y actúan así porque les pagan por eso, además de que tienen un guión.
Sin querer y sin saberlo —o queriendo ignorarlo— vamos construyendo idealizaciones basadas en nuestras carencias o aspiraciones, como esa frase de ‘eres todo lo que yo soñé’, y no es porque me caiga mal Pablo Milanés, pero nuestros deseos e inconsciente también se relaciona con nuestros traumas.
Entonces tenemos que un individuo común va por la vida esperando encontrar las piezas que le faltan, como si el universo girará en torno a él y a su proceso de sanación, lo cual no está mal. Ir sanando y descubriéndote es parte del crecimiento humano, pero no hay que cargarle el peso a otro.
La idealización es capaz de adormilarnos o despertarnos involuntariamente algunas partes de nuestro cuerpo porque tener un crush no es algo exclusivo de chicas. Los hombres también sufren las consecuencias de su creación mental cuando están frente a su ‘sueño hecho realidad’.
Sin embargo, conforme pasa el tiempo todas las idealizaciones amorosas se parten en añicos y es cuando despertamos del romántico letargo. Casi siempre todo empeora y termina porque el o la inalcanzable comienza a perder el grado celestial en el que lo teníamos y su supremacía desaparece, como diría Muse.
No solo nuestro ánimo se ve afectado cuando la idealización desaparece, también nuestras finanzas por los diversos métodos que usamos para recuperarnos. Desde comer como si no hubiera mañana hasta pagar una membresía en el gym; todo para recuperarte del maltrago de saber que el otro es tan o más humano que tú. Qué pánico, oye.
También hay quien recurre a las terapias psicológicas para reponerse.
Un helado de un litro cuesta 45 pesos más o menos, una membresía mensual en el gym más rascuachito de 350 a 400, ir al psicólogo varía de 300 a 600 pesos por sesión, pero todo el tiempo que perdiste idealizando erróneamente a esa persona no tiene precio, y sí, para todo lo demás existe Mastercard.
Además, otro problemón al que nos enfrentamos es que las mujeres tienden más a ir a terapias, según los estudios, porque los hombres pocas veces atentan con su ‘virilidad’ y ese sentimiento de vulnerabilidad lo sanan con otras prácticas que no tocaré por respeto a su privacidad.
Después de todo, nosotras salimos más gastalonas por el enamoramiento efímero, pero quién nos manda a andar creyendo que existe el príncipe azul en medio de los 7 mil 700 millones habitantes del planeta.
Idealizar siempre será una carga predeterminada del humano, casi casi algo genético, que, además de darnos sensaciones inolvidables, puede terminarnos destruyendo, pero nosotros (hombres y mujeres) como el fénix, debemos renacer de las cenizas.
Tenemos que utilizar nuestras experiencias para aprender que somos el resultado de una serie de circunstancias y decisiones.
En el camino cometemos errores y aciertos, así que no podemos esperar que las personas que nos cruzamos cumplan con expectativas de cristal, ni tampoco podemos picarles la cola a todos los que nos caigan mal, lo dice en la biblia, de nada y hasta la prócsima.
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Este texto fue publicado originalmente en El Diario de Finanzas.