En las fiestas virtuales encuentras de todo, desde gente de más de 50 años hasta contorsionistas que se doblan al ritmo de J Balvin.
La primera vez que me suscribí a Sego Firm olvidé que tenía que entrar con el link de Zoom que me mandaron por mail, por eso tuve que registrarme una segunda vez para vivir esa novedosa experiencia.
Pude cantar la ‘Tusa’ en grupo finalmente porque, por desgracia, a principios de año no tuve la oportunidad de salir por mis numerosos compromisos de trabajo o porque simplemente no quería gastar, pues a veces puedo ser más tacaña que Don Cangrejo.
Las fiestas virtuales puedan favorecer el ciberacoso, pero eso los administradores del evento lo tienen bien claro, así que monitorean constantemente para encontrar a los trolles que molestan a los usuarios inscritos.
Estas reuniones sirven para despejar la mente y sentirnos ‘como antes’ sin estar ‘como antes’. La verdad es que para mí nada será igual; hay un antes y después de la pandemia innegablemente.
La ventaja de estos eventos digitales es que sí puedes perrear sola, como diría Bad Bunny, y también que no necesitas una hora de maquillaje y otra hora de decidir qué ponerte para disfrutarlos. Es más simple que eso. Y vaya que las pantuflas son más cómodas que unos tacones del quince para mostrar tus mejores pasos en la pista, qué digo pista, el piso de mi cuarto.
Al principio me sentía avergonzada de hacer el ridículo porque estaba sola, haciendo como que estaba en medio de una multitud con las luces y el sonido a todo lo que daba. Híjole, nunca pensé que extrañaría ese tipo de convivencias —porque, según yo, ya soy una damita madura y no soy tan fan de ir al antro—.
En las fiestas virtuales encuentras de todo, desde gente de más de 50 años hasta contorsionistas que se doblan al ritmo de J Balvin. Todo esto es gratis, bueno, al menos el cover para las mujeres, aunque sí puedes apoyar con depósitos a los organizadores y DJ’s en las cuentas bancarias de la página oficial.
En el chat grupal recomendaron otras fiestas virtuales como la de Bresh en Instagram, donde un montón de DJ’s se congregan y hacen pasar a los usuarios una noche inolvidable con la música a través de un en vivo.
Tomé sorbos a mi cerveza y bailé como si nadie me viera, pero de pronto sentí que la embriagante juventud del ayer no era la misma y que tenía que irme porque no quería desvelarme. Tal vez me había acostumbrado a la soledad o simplemente me aburrí de estar detrás de un monitor fingiendo algo que no era, así que partí sin avisar —tal como llegué—.
Antes de acostarme, pensé que la soledad era como un laberinto, diría Octavio Paz. Parecida a un callejón sin salida inmerso en nuestros propios pensamientos, pues a veces usamos a la música para acallar a su eterna pareja: el silencio, que danza al compás del devenir.
Entonces me cuestioné la razón, causa o motivo que nos impulsa a acallar las verdades que imponen la soledad y el silencio, las cuales retumban más fuerte que un grupo de borrachos en karaoke. Y concluí que a los seres humanos nos resulta tedioso lidiar con uno mismo; interiorizar y descubrir de qué fuimos o somos capaces, de todo lo que no hicimos o dejamos ir, de las malas decisiones y del futuro incierto.
Quizá si respetáramos el silencio y la soledad podríamos enfrentar el futuro con valentía y entusiasmo, en vez de crear escenarios que nos remiten al pasado. En fin, no creo que las fiestas virtuales por Zoom u otra plataforma sean malas, solo creo que es momento de aceptar el hoy y el mañana, sin quererlo hacer semejante al pasado.
Este texto fue publicado originalmente en El Diario de Finanzas.
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