Desde algunas nociones del feminismo comunitario, el cuerpo humano es percibido como un territorio. Un territorio que sin lugar a dudas, para algunxs se encuentra en peligro, como por ejemplo para las mujeres mexicanas, considerando las 10 mujeres que diariamente son asesinadas en el país. Desde antes de la pandemia del Covid-19, en México nos estábamos enfrentado a otra pandemia: la de la violencia de género. Tan sólo en el mes de marzo de este año acabamos de vivir el mes más violento para las mujeres en este país desde hace aproximadamente 6 años. Con 95 mujeres víctimas de feminicidio y 267 de asesinato intencional, marzo representó un despunte de violencia de género en la república, acompañado de 23,560 llamadas al 911 por dicha cuestión.
Sin embargo, nuestros cuerpos no son el único territorio que habitamos, ni el único territorio en disputa que está siendo violentado. Desde las corrientes ecofeministas se analiza que tanto las mujeres, como la naturaleza, son consideradas como explotables para el patriarcado. Por ello, no es coincidencia que cuando hablamos de desplazamiento de pueblos indígenas, de estragos medioambientales, de saqueos y extracciones, también estemos hablando de contextos que vulneran doblemente a las mujeres que se encuentran en esos entornos.
Las problemáticas territoriales, económicas, medioambientales y la realidad de violencia de género a nivel mundial, nos remontan a la insostenibilidad de la matriz capitalista-colonial-patriarcal por la que hoy en día se rigen gran parte de las lógicas de este mundo. Esta matriz cada día nos arroja más incertidumbre y preocupación acerca de los alcances de la contaminación, la desigualdad económica, la escasez de recursos, el estado de la capa de ozono o de las condiciones en las que viven las disidencias, por nombrar algunos ejemplos.
Ecofeminismo vs. capitalismo heteropatriarcal
Dentro de este conjunto de dinámicas que se articulan a favor del hombre, blanco, cisgénero, heterosexual, rico, es importante considerar, que en las olas del feminismo que hemos vivido con anterioridad, la “emancipación de la mujer” ha sido fuertemente ligada a la industrialización, lo que implica que ahora se relaciona la libertad de la mujer a su capacidad económica, gracias a que el sistema capitalista requería de la mano de obra (mucho más barata) que representaba la participación laboral de las mujeres. Es decir, que evidentemente el sistema capitalista se sostiene de las lógicas patriarcales que implicaban que la mujer entrara a trabajar, pero no abandonara el trabajo doméstico, para que los hombres en sus familias pudieran preservar sus trabajos.
Por otro lado, la orientación industrial que persiguió el mundo orilló a las mujeres de diversas comunidades y sectores a tener que encontrar diferentes maneras de lidiar con nuevas enfermedades y condiciones a nivel comunitario resultantes de la contaminación de los mantos acuíferos, la desnutrición, la tala inmoderada, así como de las otras muchas prácticas capitalistas extractivistas.
Anteriormente, los movimientos, de manera aislada, ignoraban la importancia de la imbricación entre estas diferentes formas de opresión, violencia y extractivismo, considerando la violencia de género y la crisis medio ambiental como luchas sin objetivos en común. Sin embargo, ahora se vuelve cada vez más difícil ignorar las consecuencias de este sistema desarrollista y día a día se suman más personas que deciden ver estas problemáticas como parte de la matriz unificada que mencioné anteriormente, por lo que se requiere de propuestas y redes que nos inviten a proteger ambos territorios (nuestros cuerpos y nuestros espacios físicos) con el mismo ímpetu.
Principales vertientes ecofeministas
Tan sólo desde el ecofeminismo, nos encontramos con varias corrientes que han buscado abordar estas problemáticas. Aunque no estoy buscando realizar un recorrido histórico o teórico de estas corrientes, quisiera detenerme rápidamente a hablar de tres vertientes ecofeministas. En primer lugar, tenemos el ecofeminismo clásico, que se concentraba en el control del propio cuerpo, principalmente respondiendo a los tratamientos hormonales que las farmacéuticas multinacionales buscaban recetar a mujeres cisgénero durante la menopausia, aunque esta corriente fue posteriormente criticada por su análisis biologicista de las cualidades de hombres y mujeres, representa un gran primer paso en la unión de la lucha antipatriarcal y la ecologista.
Después tenemos los ecofeminismos espiritualistas. Esta corriente surge principalmente de activistas del Sur, orientadas a la ecojusticia y es una lucha antisexista, antirracista, antielitista y anti-antropocéntrica, que busca dejar de ver a Dios desde una perspectiva patriarcal y de dominación de las mujeres y la naturaleza. Desde esta corriente nos encontramos con Vandana Shiva, la activista ecofeminista proveniente de la India, que además de ser doctora en física lucha contra el neoliberalismo, mientras promueve la defensa de las mujeres y del medio ambiente.
Por último, no encontramos con los ecofeminismos constructivistas, que además de nutrirse de las bases de los ecofeminismos espirituales, proceden a elaborar una crítica al papel que se le ha otorgado a las mujeres de protectoras de la naturaleza, cuando este principalmente responde a la sensibilidad ecologista resultante de la división sexual del trabajo, por lo que señala la responsabilidad compartida de la casa común.
Feminismo y ambientalismo, una lucha conjunta
Desde estas corrientes ecofeministas nos podemos encontrar con miles de mujeres reivindicando territorios, desde sus propios cuerpos hasta comunidades completas, así como su relación con todos los espacios que habitan; retomando a Vandana Shiva, desde el mismo paradigma científico se comienza a ver a este planeta como un planeta con vida propia, un mundo con ciclos, con procesos de autorregulación y con historia más antigua que la de cualquier persona que lo habite en este momento.
A mí parecer, nos falta mucho que aprender sobre los ecofeminismos. Enfrentarse a los proyectos desarrollistas o neoliberales, implica oponerse al saqueo de los recursos compartidos de este mundo, oponerse a la explotación laboral, mejorar las condiciones de vida comunitarias y evitar la dominación y opresión de las mujeres campesinas, obreras, indígenas, racializadas que este sistema sigue promoviendo. Por lo que esta es una lucha que, si nos nombramos feministas o antipatriarcas no podemos seguir ignorando, porque mientras siga existiendo una mujer oprimida, sigue habiendo una causa por la cual luchar desde esta trinchera.
Es por ello que en Refleja, este próximo domingo 23 de mayo (en Puebla) buscaremos enfocar las actividades de nuestro encuentro a un diálogo de protección de ambos territorios: el medioambiental y el cuerpo de las mujeres, donde contaremos con talleres de huerto urbano, una charla sobre la composta, actividades de bordado floral, así como un espacio para aprender y platicar sobre las propuestas desde el ecofeminismo para mitigar las violencias y el extractivismo que vivimos tanto nosotras, como la naturaleza.
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