Frente a las pantallas, Oaxaca lloró.
Un hombre de negro desaparece devorado por el ‘Dios nunca muere’ naciendo imponente de su garganta. Está en la rotonda de las Azucenas; lo acompañan presencias de bronce sobre las que fulguran largas faldas y majestuosos bordados coronados con rostros de nuestros pueblos… la presencia del tenor desaparece, todo es su voz. Decenas de miles comparten el momento en vivo. Es el 27 de julio de 2020, día que se celebraría la Octava del Lunes del Cerro.
Hay rosas rojas en el escenario y quizá también hay música de fondo. Las once mil gradas del auditorio Guelaguetza, vacías. Ya pasó en el 2007, pero en aquella realidad no hubo pandemia ni 48 mil muertos.
Oaxaca, el tercer lugar en pobreza laboral en México, sin industria, dependiente básicamente de la derrama del turismo porque el 75 por ciento de su población trabaja en el sector servicios.
El estado sureño, que también es el primer lugar en empleo informal en el país se había quedado sin su problemática Guelaguetza ‘oficial’ 2020.
Esa Guelaguetza que ha sido tachada, por unos y por otros, de discriminatoria, corrupta e influyentista, y que atrae, en promedio, a 140 mil visitantes en un par de semanas a la entidad, dejando una derrama superior a los 400 millones de pesos, no fue motivo de inquina este año y tampoco benefició a los cientos de miles de trabajadores que dependen del sector. Serán las cifras económicas finales el epitafio definitivo del 2020.
Indígenas para decorar
La tradición de la Guelaguetza es reciente. Su primera edición, en 1932, no contó con bailes de sus delegaciones regionales, mismas que se incorporaron en la década de los 50. Nació a partir de la imperiosa necesidad de activar la economía del estado después del terremoto de 1931.
Era la época del partido hegemónico, donde el llamado a la unidad se aplaudía, respaldaba y concretaba prácticamente por decreto.
De entonces al presente, todo se ha dicho e intentado: Desacreditarla por fines políticos, multiplicarla por fines económicos, reeditarla para centuplicar sus beneficios en los pueblos, reinterpretarla con fines culturales…
Tampoco hay acuerdo en la representación en sí. Más puristas que el Papa, muchos pretenden desnaturalizar el devenir del tiempo para que, en sus representaciones, las delegaciones no trastoquen ni el más mínimo detalle de las ‘tradiciones’; otros exigen que a las danzas, sones y representaciones se incorpore la evolución que la realidad le ha impuesto a los pueblos, aducen que sería ilegítimo borrar de ésta la personalidad de las nuevas generaciones.
Sí, la Guelaguetza es digna representante de Oaxaca, de nuestra diversidad y nuestra contradicción. Representación indígena en la que éstos se usan para la explotación de sus ‘tradiciones’, pero se excluyen de su gozo y beneficios.
El indígena de ornato, estilizado para efectos de publicidad y propaganda. El que posa natural para la lente porque la miseria exalta el lucimiento.
Y es que, en cuanto a índices de pobreza y desarrollo humano en la entidad, éstos con y sin Guelaguetza se han mantenido por encima de 60 por ciento… asimismo, tampoco le han servido a los pobres de Oaxaca los presupuestos históricos ni el endeudamiento que crece con cada sexenio.
Pero los oaxaqueños resisten (ignorados, utilizados) al igual que el indígena de ornato, quien se mantiene vigente a pesar de que ‘la vida en su prisa nos conduce a morir’. El indígena que, como Dios, nunca muere… solo permanece en el olvido.
Interiores: YouTube e Imagen Gobierno de Oaxaca Guelaguetza 2020.