Quiero iniciar de esta manera:
Yo sé, que la vida de los hombres vale lo mismo que la de las mujeres. Sé que los hombres también son víctimas de violencia y acoso, y que también desaparecen. Y sé que los hombres, al igual que nosotras, padecen día a día una tremenda carga por un rol impuesto socialmente: que ‘el hombre paga’ y el ‘hombre provee’. Yo sé que también la tienen difícil. ¡Y luchen! Pero no desvirtúen nuestra lucha.
‘¿Qué les pasa? ‘¿Por qué pintan paredes y dañan infraestructura?’ ‘Esas no son formas’; sí, debo aceptar que hasta hace algunos años esa era mi forma de pensar en cuanto al feminismo. No caigas en el mismo error.
Por más cursos que tomé en la universidad al respecto, siempre llegaban a mi cabeza imágenes de mujeres encapuchadas con piedras y aerosoles en la manos. Y no, no podía sentirme identificada con ellas, pero el pasado 8 de marzo, en mi primera marcha feminista, descubrí mil y un cosas que –a mis 25 años– no sabía que podían erizarme la piel, me vacié de estereotipos y me llené de sororidad.
Caminé por la calle con los oídos a punto de reventar por los gritos de cientos de mujeres que pedían vivir tranquilas: niñas en los hombros de sus madres y gritando: ‘ni una más, ni una más, ni una asesinada más’; escuché a madres pidiendo para sus hijas lo que ellas nunca tuvieron y a ancianas exigiendo paz y justicia. A mi casa no regresó la misma Geraldine.
Al volver de la marcha, le pregunté a mi mamá cuánto tiempo me buscaría si yo desapareciera: ‘hasta que me muera’, fue su respuesta. Y en ese instante me derrumbé y pensé que si algún día, algo me pasa ella no pensaría en las paredes pintarrajeadas o en los vidrios rotos. Y probablemente iría a tirar el Ángel de la Independencia con sus propias manos, no por ‘pinche loca’, sino por dolor, tristeza, decepción y desesperación.
Pensé en el –desgraciadamente– típico ‘si mañana soy yo’. Si esta semana, este mes o este año soy yo, ojalá encuentren mi cuerpo; destazado o entero; torturado o no, pero que lo encuentren y que mi familia no viva en la maldita incertidumbre. Yo quiero que las últimas huellas en mi cuerpo sean las de las suaves manos de mi madre, no las de un cerdo infeliz que decidió que yo no merecía vivir.
Y qué triste pero necesario es tener que ejemplificarlo con frases como: ‘si tu madre no vuelve’, ‘si a tu hermana la secuestran’… esto o lo otro, pero cada quien se vuelve feminista con su propia historia, y no, no necesitas vestirte de verde, morado ni dejarte crecer el vello corporal: necesitas un poquito de empatía, y vale un reverendo comino si eres hombre o mujer, si ‘odias’ el feminismo o no, pues no necesitas pensar dos veces en desatar una guerra mundial si tus seres amados un día no vuelven.
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Soy afortunada de estar aquí y ahora, escribiendo sobre esto y no más bien con mi nombre escrito en un letrero de ‘se busca’. Pero me di cuenta de lo propensa que soy a que me arranquen o destruyan la vida. Y dejé de salir con puras mujeres. Y dejé de usar los vestidos que me gustan. Y dejé de confiar hasta en mis propios amigos. De pronto dejé de ser yo.
Si mañana sigo yo, no será porque mi falda haya sido muy corta. Y no será porque me gusta beber cerveza y bailar. Y no será porque estaba fuera de mi casa en la madrugada. Y no será porque me fui ‘por ahí’ con mi novio. Será simplemente porque mis padres dieron a luz a una niña.
Porque nací con la fortuna de poder dar vida en mi vientre, pero con el infortunio de que un imbécil me la arranque a mí.
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Interiores: propia e Instagram @terceraviamx, @rebeldes_e_insumisas_ y @mujermexico_oficial
PORTADA: GABRIELA PÉREZ MONTIEL/CUARTOSCURO