Nada de esto es lo que esperaba. El nacimiento de tu bebé puede desencadenar una mezcla de emociones, desde el entusiasmo, la curiosidad, la alegría, hasta el miedo y la ansiedad por saber si vendrá sano o habrá complicaciones.
Algo que se sabe que existe además de esas emociones, pero que pocas nos atrevemos a aceptar ante nuestro círculo cercano, es la famosa depresión posparto y es que sí… ¡Qué poca!
Tanta emoción por ver al bebé que ya cuando esta aquí ¡zaz! simplemente ya no es igual. El sueño o miedo se apodera de nosotros.
Que si me duele el pecho, que si despierta a cada rato, que si no me sale leche, que tiene reflujo, que puede morir… ¡Pff! A eso súmale la depresión.
Y uno se pregunta ‘¿Cómo puedo tener esta chingadera si es un chiquito que depende de mí?’. Pues sí, cuesta entender que no es nuestra culpa sino que es un desorden hormonal que sólo durará unas pocas semanas.
OK ya, confieso que al nacer mi primer hijo obviamente no sabía cómo funcionaba un bebé ni sabía que se le debía hablar. ¡Cantar la neta se me hacía ridículo! Jajaja.
Cuando llegan esos sentimientos que quitan tiempo, porque ocupan la mente y que desgraciadamente causan también malestares físicos como el MALDITO DOLOR DE CABEZA, comienzas a escuchar que te dices a ti misma ‘tómate algo, ya no pienses en eso, relájate, olvídalo’. ¡Pero no puedo tomar NADA; estoy lactando!
Con la lactancia queremos darle lo mejor a nuestro bebé: la mejor alimentación, una mejor relación con su mamá… parece una maravilla. Pero no lo es para todas.
Muchas sufrimos (lo sé, es una palabra fuerte) durante la lactancia por falta de sueño, por el maldito miedo a que muera tu hijo, por el marido, porque estás siendo maestra en casa y te enojas si tu hijo no hace las cosas bien; por la cuarentena —en mi caso doble cuarentena—; por las dudas de no hacerlo bien aunque ya pasaste por esto antes con el primer hijo, por culparte por lo que le pasa al bebé. Porque no quieres cargarlo ¡si es una belleza!
En mi defensa, gracias a mi madre aprendí a querer a mi primer bebé: fue quien me acompañó en su crianza; me fue guiando y diciendo qué hacer, desde un ‘háblale, hija’ o ‘no te enojes porque le hace daño’.
La magia de eso es que sí, poco a poco comienzas a conversar con un bebé de días y terminas viendo Peppa Pig a las 3 de la mañana, jajajaja.
Acabas de tener un bebé y…
Te sientes angustiada, con sentimientos de culpa, una gran preocupación por el bienestar de tu hijo(a) o crees que no eres "una buena madre"?Puede ser que tengas DEPRESION POSPARTO.
Visita: https://t.co/YeixRKm2O7 pic.twitter.com/DlrQURoeXZ— PSIQUIATRÍA INPRFM (@INPRFM) June 2, 2020
¡Pero eso no es todo!
¿Cuántas de las que somos madres no hemos recibido consejos u opiniones sin pedirlos?
Todas esas personas —muchas de ellas mujeres— que no ayudan pero opinan sobre lo que podría ser mejor para tu hijo no saben cuánto daño pueden hacer con sus comentarios, y no necesariamente son personas lejanas, a menudo son más cercanas de lo que uno querría.
Afortunadamente con esta segunda vuelta en mi caso, 7 años después del primero, estoy un poco más consciente de lo que viene y lista para decir ‘¿Acaso yo te pedí tu opinión?’.
¡Disfrutemos de la maternidad de la manera que más nos plazca mientras no dañemos a los pequeños! Ya basta de críticas entre nosotras.
Debemos ser empáticas, como dicen por ahí. Aunque creo que nunca lo estuvo, criticarnos entre mamás ya no está de moda.
¿A ti cómo te ha ido con estos temas?
Si no la viste, te invito a leer mi columna anterior:
Portada: Georgetown University
Interior: Fernanda Romero