Israel, hogar de musulmanes y judíos, donde sin lugar a dudas se han originado un sinfín de conflictos, pues –como es bien sabido– a las diferencias de cultura, lengua y religión, se suma el aspecto de que ambos pueblos reclaman el territorio como propio, pues tiene un gran significado religioso para ambas naciones.
Los judíos siempre han sido perseguidos por múltiples razones, cuestión por la cual se han visto obligados a emigrar hacia diversos continentes –principalmente a Europa–, y finalmente a fijar la mirada en el territorio israelí.
Una pequeña dosis de contexto:
Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, los británicos buscaron aliados en Medio Oriente y recurrieron a los judíos con la promesa de otorgarles un territorio donde podrían al fin establecerse de manera permanente y dejar de llevar una vida ‘sedentaria. Al término de esta guerra, el territorio de Israel se encontraba bajo el ‘resguardo’ del ejército británico, que fue el primero en marcar los límites que el ejército palestino supuestamente obtendría.
La migración de judíos a Palestina se desató de manera desmedida, lo que dio pie a una revuelta árabe por la invasión de su territorio en 1936, la cual dio como resultado la caída del liderazgo británico; sin embargo, la explosión de La Segunda Guerra Mundial reanimó la necesidad judía de encontrar un territorio nacional. Las falsas promesas de los británicos generaron un caos, el cual, cien años después, continúa vivo a nivel mundial.
En 1947 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) discutió el Plan de Partición de Palestina en dos estados: el árabe, con 46% y el judío con el 54%. de la tierra. Los árabes no aceptaron, pero Israel declaró su independencia y nacimiento como Estado el día antes a que se retiraran las tropas británicas. Por su parte, los países árabes de Egipto, Siria, Irak, Jordania y Líbano se resistieron a la creación del Estado, pues querían que este territorio fuera para los árabes e iniciaron una guerra en 1948, la cual fue ganada por Israel, por lo que inmediatamente reclamó parte del territorio que se le había asignado a Palestina.
Nada mejoró, pues durante las dos décadas siguientes, los Estados árabes se opusieron al reconocimiento de Israel; en 1967 Israel invadió la Franja de Gaza y Cisjordania, que las Naciones Unidas habían resuelto le debería pertenecer a los árabes.
La ONU, en su fallida intención de resolver la controversia, propuso la resolución 242, la cual establecía que:
«La tierra ahora ocupada por Israel será intercambiada por la paz si los árabes reconocen la existencia del Estado de Israel”.
Reconocimiento que hasta la fecha se vislumbra inconcebible.
Entonces ¿es posible alcanzar la paz? Es sumamente difícil descifrar lo que sucederá en un futuro lejano o cercano con ambos pueblos, pero lo cierto es que si tuviéramos que predecir con base en lo visto, el optimismo sería prácticamente inútil, pues a la complejidad del conflicto se suma la carencia de respaldo internacional significativo.
¿Qué tanto tiene que ceder o perder un pueblo para llamar la atención global y recibir apoyo efectivo? El exministro de Asuntos Exteriores israelí, Shlomo Ben-Ami, señala:
“No se debe permitir que la paz árabe-israelí tenga que esperar hasta que se declare la victoria, porque puede que no haya ninguna victoria”.
Volviendo al cuestionamiento sobre la posibilidad de alcanzar la paz entre estas dos naciones: sin lugar a dudas al conflicto palestino-israelí no se le ve un fin próximo; sin embargo, los individuos de cada uno de estas naciones están actuando de acuerdo a sus creencias y defendiendo lo que les –o creen que les- pertenece, sin embargo estos conflictos van más allá de un vil problema pues involucran un sinnúmero de violaciones a derechos humanos y generan e intensifican la ola de violencia que existe en la región.
Pensar en una solución pronta, eficaz y duradera al conflicto palestino-israelí sería muy utópico e idealista; sin embargo, no se descarta la posibilidad, pero ¿quién tomará la decisión? ¿Por qué no ha podido resolverse habiendo transcurrido tantas décadas?
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En un mundo turbulento, la mayoría de los países está totalmente dispuesta para ejercer la violencia cuando la diplomacia falla: si entendemos el concepto de diplomacia como el manejo profesional de las relaciones entre soberanos y la conducción de las mismas por medio de la negociación y el tacto, así como la resolución de conflictos de manera pacífica, está de más decir que la diplomacia en el caso Palestina-Israel parece haberle fallado al mundo: se perpetúa la violencia y arrebata vidas, pues entre la guerra y la paz, están las vidas humanas.
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