Es común escuchar que las mujeres somos ‘tóxicas’, ‘competitivas’, ‘nuestras peores enemigas’ y muchas otras frases que nos enfrentan; sin embargo, en pocas ocasiones llegamos a deconstruirnos lo suficiente como para entender de dónde vienen esas aseveraciones y por qué nos sentimos así.
Generalmente, las niñas son expuestas a un ambiente hostil desde muy pequeñas, en el que son forzadas a compararse con sus primas, hermanas y compañeras, siempre teniendo que ser ‘las mejores’, ‘las más bonitas’, ‘las más educadas’, inteligentes, tranquilas, perspicaces y activas, todo al mismo tiempo.
De aquellas pequeñas que se encuentran enfrentando situaciones más complicadas como el divorcio de sus padres, bullying u otro tipo de estrés psicológico, también se espera que interactúen con el resto como si sus vidas estuvieran fluyendo de manera ‘normal’… porque son niñas.
Sin minimizar el sufrimiento por el que también pasan millones de infantes varones, la realidad es que en muchas ocasiones ellos tienen una especie de escudo protector, que va de la mano con la frase ‘los chicos serán chicos’, misma que puede llegar a convertirse en una muy dañina durante su desarrollo, pues comienzan a justificar sus acciones con su género.
Mientras tanto, las niñas se transforman en adolescentes furiosas que incluso pueden llegar a competir con sus madres, quienes a veces llegan a desahogar sus frustraciones con sus propias descendientes, presionándolas para convertirlas en una ‘mujer perfecta’ que no existe en ninguna realidad.
De acuerdo con Jesús Castillo López, presidente de la Academia de Psicología Social y Organizacional del Departamento de Psicología de la Universidad de Monterrey (UDEM), la relación entre la progenitora y sus descendientes se conoce como ‘diada’, pues generalmente es cuando se enseña cómo amar, odiar y cómo enojarse.
Conforme nosotras crecemos y vamos desarrollando nuestra propia identidad, el ‘chip’ de la competencia, de la hostilidad y de la enemistad entre féminas queda implantado por un sistema machista que no solo puede ser adjudicado a los hombres, sino a todo un entorno integrado por ambos sexos.
Me gustaría retomar la infame frase de la película Gone Girl: ‘Ser la chica cool significa que soy sexy, inteligente, la mujer chistosa que ama el futbol, el póker, los chistes sucios y eructar. La que juega videojuegos, toma cerveza (…) todo mientras sigue siendo talla 2′.
Todo eso y más lacera la identidad de la mujer y la cosifica; la hace un reflejo de lo que un sistema – que también resulta dañino para los hombres – quiere, y mantiene una competencia que no debería existir.
Lo anterior no demerita la labor de las grandes líderes del mundo, de aquellas féminas empoderadas, de las grandes empresarias, doctoras, escritoras o científicas; sino que saca a la luz uno de los principales obstáculos que muchas otras han experimentado: tener que comportarse ‘como hombres’ para alcanzar sus metas.
Recuerdo perfectamente cuando comencé a escuchar el término feminismo, mismo que rechacé inmediatamente porque yo tenía puros amigos hombres y no quería que me relacionaran con las mujeres porque ‘me daban hueva’.
Claro que todo eso lo dije por querer gustarle a alguien o para sentirme integrada en un grupo, y por supuesto por no saber qué quería decir ese nuevo concepto.
Yo admiraba el vínculo que existe entre los hombres y jamás había tenido la oportunidad de sentirme completamente identificada con otra mujer.
Claro que tenía amigas, algunas a quienes ahora orgullosamente puedo llamar ‘hermanas’; no obstante, ese ‘chip’ que mencioné con anterioridad me nublaba la vista ante un concepto más grande que yo, mi madre, mi infancia y mi crianza extremadamente religiosa: la sororidad.
Actualmente, después de muchos corazones rotos, de risas, tristezas, pláticas profundas y cervezas, recuerdo con más cariño el abrazo de una amiga que el de cualquier novio, y no hay nada que no haría por aquellas mujeres que me han dado la mano cuando sentía que me ahogaba.
El feminismo no es enemigo de la feminidad ni de los hombres. El feminismo no prioriza los asuntos de las mujeres ni segrega a los hombres como los victimarios.
Parafraseando a J. Ann Tickner, teórica del feminismo en las Relaciones Internacionales, el feminismo es una de las armas más poderosas que tenemos nosotras para entendernos, comprender a los demás, perdonar y tomar responsabilidad sobre nuestras acciones, ya que ‘el conocimiento es emancipatorio’.
Este concepto es tan personal como cada quien lo quiera hacer, y aunque existen bases teóricas y diversos autores que definen el movimiento a su manera, sería arbitrario decir que una sola corriente se acomoda a todas las personas.
Es importante identificar cuándo, cómo y por qué comenzamos a ver a las demás mujeres como enemigas, para encontrar paz donde ha habido guerra
Con información de Gender in World Politics, Time Magazine y Excélsior
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