Hace unos días festejamos el Día del Padre en casa y esta vez me dio para hablar sobre lo injusto que una como mamá puede ser al llevarse todo el crédito de la crianza.
Si bien existen padres desobligados, también existen otros no tanto y otros que realmente están interesados en EJERCER la paternidad pero muchas veces no saben cómo.
Es ahí cuando podemos enseñar o involucrar al padre que quiere aprender para que no sólo sea espectador de la vida de tus hijos y tú te cargues la mano. Como dice mi mamá: ‘no le quites la intención’.
¿A cuántas no nos encantaría que nos leyeran la mente así ya de rápido cuando necesitamos algo? Que un pañal, que la pañalera, el juguetito, la ropa etcétera, etcétera. Pero esto va más allá de que se pueda aprender: también es una cuestión biológica, ya que el primer lazo o vínculo se forma con la madre desde el vientre y, aunque el bebé escuche la voz de su papá, es solo hasta que nace que este asume su rol.


El padre que hace caso al llanto del bebé, que lo mece, que le cambia el pañal y le enseña al hijo más grande matemáticas no está ’ayudando’ a la mamá; está ejerciendo el papel más bonito y responsable de su vida: el de la paternidad.
Confieso que aún caigo en el error de decir ’¿Me ayudas a bañarlo?’ pero sin duda es necesario cambiar.
Se escuchan tan frecuentemente frases como ’Mi pareja me ayuda en el trabajo del hogar’ o ’Yo ayudo a mi mujer en el cuidado de los niños’. Es como si nos estuviéramos haciendo mutuamente un favor y pues no… Aquí nadie le hace el favor a nadie.
Sin entrar en conflictos con los diferentes tipos de familias de ahora —ya que yo hablo de la mía exclusivamente—, creo que la figura del padre es igual de importante que la de una madre: en la actualidad, la clásica imagen del papá con mayor autoridad solo porque era ‘el proveedor del hogar’ ya no sirve. La crianza no se basa solo en él y su ‘mano dura’, así que debemos cambiar primero nuestro chip para después decir que efectivamente sí funciona.
Debemos dar fin al expirado, antiguo y tonto esquema patriarcal con el que las tareas se etiquetan con base en el sexo, siendo solo en rosa y azul, con el fin de propiciar cambios reales en nuestra sociedad. Pero antes debemos sembrar el cambio en nuestro hogar. El papá no puede ser ese alguien que solo pasa por la casa disminuyendo el trabajo muy de vez en cuando.
Ahora, con mi segundo hijo, todo el trabajo se multiplicó, pero esta vez el papá de los niños está ejerciendo plenamente su paternidad; no sé si por cuestión de edad (madurez) ¡o simple gozo!
Ya implementó ciertas actividades que están mejorando la dinámica familiar ahora en cuarentena, por ejemplo. Incluso ahora con el bebé ya hay también momentos que son solo de ellos; una rutina nocturna.
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Un padre que portea*, que se come los hot cakes cruditos que le hizo su hijo de desayuno, que hace figuras de papel, que atiende fiebres nocturnas, que enseña a lavar calzoncitos, y que instruye sin violencia cuando se da cuenta de una falla es merecedor de una verdadera felicitación.
Un padre puede estar de bulto, pero es más chido cuando está presente al amar, que cuida y se responsabiliza de aquello que da sentido a su vida: su familia y más ahora en la pandemia.
Él sale a trabajar, llega cansadísimo y al llegar hace un estricto protocolo de higiene pero estoy convencida de que lo hace no solo por su salud sino por amor a los habitantes de la casa.
Leí que según un estudio, si un hombre ejerce su paternidad; si participa activamente en el cuidado de su bebé, experimenta el mismo cambio neuronal que una mujer: se encontrará alerta y sensible.
No somos perfectos criando hijos pero tratamos de hacerlo rompiendo patrones de de la familia de cada uno (que quizá en su momento funcionaron) acudiendo a pláticas de escuela para padres, psicólogos y, sobre todo, tratando de ser buenas personas.
De
ojalá hayan pasado un feliz Día del Padre.
*Para los no iniciados: portear es usar el fular para cargar a los bebés, un tema que abordaré más adelante. Por lo pronto, aquí puedes leer mis columnas pasadas 
Fotos: Fernanda Romero