Hace una semana, mientras todo transcurría con ‘normalidad’ en esta cuarentena, sucedió lo más terrible que le pudiese pasar a una persona con poca visión como yo: ¡Sí, mis lentes se habían roto!
Desde luego el caos se apoderó de mí: obvio, sí, ya me tocaba revisión médica pero todo se había pospuesto para otro momento, en el que hubiera un mejor escenario en cuanto a cifras de personas positivas por COVID-19.
Y no, no pudo ser así… ahora era una necesidad.
En fin, no dejamos pasar demasiado tiempo cuando ya lo estábamos platicando en familia, repasando juntos que era una situación de riesgo, ya que al momento de ir iba a hacer uso de los aparatos de la óptica y debía tener extremo cuidado pues justamente lo ojos estarían expuestos.
Recordemos que la principal forma de propagación de la COVID-19 es a través de las gotículas respiratorias expelidas por alguien que tose o que tiene otros síntomas como fiebre o cansancio y por eso es de suma importancia cubrir ojos, nariz y boca para evitar la enfermedad.
Hemos escuchado esto un millón de veces, pero uno debe recordárselo a sí mismo para no desensibilizarse y estar atento.
Es toda una experiencia salir y esa ocasión no debíamos bajar la guardia. Entonces…comenzó la preparación para el combate: cubrebocas KN95 incomodísimo puesto, guantes, lentes, chonguito y teniendo en la bolsa otro par de guantes, toallitas desinfectantes, gel antibacterial, otro cubrebocas, bolsas para las toallitas desinfectantes usadas, dinero y cartera en bolsitas aparte; eso sin contar que antes de salir debía dejar lista mi muda de ropa para que al llegar pudiera realizar el estricto protocolo que llevamos para entrar a la casa que por ahora nos ha mantenido con vida y sanos estos meses.
Además, claro, yo iba con el tiempo medido pues mis hijos se quedaban en casa y el más chiquito, con ayuda de mi hermana, recién se había dormido, y esperábamos que no despertara pues no había leche recolectada .
Una vez en la óptica, un rollo: hubo un problema con el armazón que llevaba así que tuve que escoger uno.
Antes de probarlos, toallita; después, irlos dejando en una charola para que el chico que atiende los desinfectara, pero si ya está desinfectado y te lo quieres volver a medir, el chico nuevamente lo desinfecta pero es que ¡seamos sinceros! ¿A quién no le gusta probarse las cosas que se va a comprar?
Pfff, bueno, me medí como diez armazones tres veces cada uno hasta que encontré el mío.
Mi marido, alerta: ‘no te sientes, no toques, no te recargues‘. Pasé al examen de la vista y antes de eso, recordaba las sugerencias de mi familia: limpia perfectamente, aguas, ve si antes de usar el aparato lo limpiaron, y después también, checa, desinfecta, gel, no te toques la cara, checa, los guantes, la hora, tengo comezón, el celular, ¡uf!
Mi cara estuvo pegada al aparato que analiza la visión como por unos diez minutos; yo, respondiendo las preguntas sobre el examen queriendo concentrarme y también sin querer descuidarme ni un segundo. Sin duda, un momento muy complicado .
De inmediato, al retirarme el aparato, me limpié la cara y entonces sí, al fin venía el momento de pagar, solo era poner la tarjeta, tranquilos, todo ok; la introduce mi marido a la terminal pero algo sale mal: el chico que nos atiende la toma y nosotros mirándonos aterrados y gritando internamente ¡¡¡NOOOOOOOO!!! Tendremos que guardarla con cuidado en un sitio aparte y al llegar tener que desinfectar un objeto más. Nos entregan el ticket y listo, en una semana estarían listos mis lentes.
Hoy fui a recogerlos y… ¡No me adapto a ellos! ¡Es increíble que tenga que regresar!
Quise compartir esta anécdota de cuarentena con ustedes porque es un desahogo: sí, tengo miedo de contagiarme, mucho. Y por algo tan simple; operaciones y movimientos que dábamos por sentados. ¿Éramos felices y no lo sabíamos?
Mis respetos a todos aquellos que deben trabajar en contacto con personas. ¡Cuidémonos y jamás pensemos que es una exageración! Mientras más sano esté el árbol, mejor fruto dará para los demás <3
Mis otras columnas están por aquí.
Fotos: Fernanda Romero