A lo largo de mi vida, principalmente en la adolescencia, pasé por varios consultorios de psicólogos, la mayoría de ellos escogidos por mis papás; yo creo que por eso nunca llegué a sentir una verdadera conexión con ninguno de ellos.
Fue hasta la universidad cuando conocí a una psicóloga que en tan solo cuatro sesiones logró —o logramos, porque es también trabajo de uno— que empezara a quitarme parte del peso que la misma vida y uno se va echando encima; que pudiera soltar muchas de mis frustraciones y empezara a aceptar situaciones que no estaba en mi poder cambiar.
Ya estando casada, una situación que según yo, ya estaba más que resuelta, cerrada y clausurada llegó a cobrarme factura y darme ansiedad. Claro que no fue el encuentro más amigable: ansiedad es cero amigable y por eso nadie quiere estar con ella, tiene ese aspecto de chica mala, que sabes que una vez que te involucres con ella solo traerá problemas y nada bueno puede resultar de esa relación.
Pero así como con todas las malas relaciones, una vez que te identificas dentro de ella, lo mejor que puedes hacer es tomar todo lo malo y usarlo para fortalecerte, para crecer, ser capaz de dominar tu mente y que eso no se quede en ti pero, sobre todo, no se vuelva parte de ti.
Para mí era muy importante y tenía muy claro que debía tomar el control de esta mala relación antes de que mis criaturas llegaran a este mundo; no tenía ningún fundamento pero estaba segura de que si no tomaba cartas en el asunto, todo iría de mal a peor. Así que me comprometí con mi Brenda interior y estuve en un proceso de psicoanálisis año y medio, una vez a la semana, una hora. Y me gradué.
Mi psicoanalista me dio de alta, y mientras yo saltaba de alegría diciéndole a la ansiedad ‘bye bye’, él me explicaba que ansiedad y yo no habíamos terminado, solo que ahora yo tenía el control de la relación y estaba en mi quedármela o dejar que ella lo tomara de nuevo. Claro que en mi papel de mujer empoderada que acaba de tomar el control de su vida no hice mucho caso, y me fui a festejar el final de mi relación tóxica entre ansiedad y yo.
¿Y porqué les cuento toda esta parte de mi vida? Porque justo con esta cuarentena, nuestros demonios están saliendo a flote, en el día a día el tiempo no alcanza para ponernos a pensar en cómo estamos, cómo nos sentimos, cómo andamos mentalmente, pero ahora, con este ambiente de terror e incertidumbre, las únicas armas que tenemos son nuestro cuerpo y nuestra mente, y empezamos a ver que tal vez no les hemos dado el mantenimiento adecuado.
Una vez más está en nosotros decidir a quién le cedemos el control de la relación, llámese como se llame la pareja con la que estás: depresión, ansiedad, miedo, inseguridad. Ponle nombre, acéptala, identifica en qué momento se apodera de ti, cómo te hace sentir y encuentra cómo quitarle poder: toma el control; hay muchas formas (básicas, de principiantes podríamos decir) que pueden ayudarnos a mantener la balanza de la relación.
Mis sugerencias, empezando por lo que a mí me funciona y siguiendo con otras ideas: colorea mandalas o dibujos, haz ejercicio, sal a caminar, agradece, haz una lista de las cosas que te hacen feliz, busca entre tus recuerdos y reproduce en tu mente el que más te haga sonreír, riega plantas, date un baño e imagina cómo ese sentimiento se va con el agua, hazte un peinado, pon música alegre, baila…
Hay muchas ideas, ubica la que más disfrutes y te haga feliz: es muy importante mantenernos saludables, pero no solo ante el coronavirus, sino mentalmente. Para eso también debemos reconocer cuando esa relación se está saliendo de nuestras manos y necesitamos ayuda: muchos psicólogos están atendiendo en línea; no hay pretexto. Es momento de cuidar de nosotros.