Cuando me convertí en mamá, fueron muy pocas las ‘amigas’ que pude conservar y lo pongo entre comillas porque he pensado que en realidad, entonces, no lo eran. Creo que en ninguna etapa de mi vida me había sentido más sola o aislada, me sentía en el limbo de las ‘etapas’ de la vida, muy joven para entrar en el círculo de mamás y por ser mamá, ya tampoco entraba en el círculo de mi generación. Siempre me he considerado una persona muy social y sociable, me gusta mucho conocer gente porque soy de la idea de que siempre puedes aprender algo nuevo; me encanta estar en contacto con las personas, en las reuniones soy de las que no dejan de hablar pero también me encanta escuchar. Creo que es una necesidad que había tenido a lo largo de mi vida: estar rodeada de gente y amigos.
Claro que todo eso cambió con la maternidad: cuando Romina nació, hubo muchísima gente que fue a visitarnos al hospital, de la cual tal vez el 40% no hemos vuelto a ver y cuando llegamos a casa, estuvimos solas, mi mamá siempre estuvo con nosotros, pero en cuanto a amistades, no volví a ver a gran parte de mis amigos, y entonces pensé que tal vez necesitaba hacer amistades nuevas, amistades que se adecuaran a la nueva etapa de vida en la que estábamos.
Recuerdo muy bien cuando buscaba entablar conversación con alguna mamá, en el cambiador del centro comercial, o en el área de lactancia, la conversación por muchos, muchos, meses solo se centraba en: ¿Cuántos años tienes? Pero si te ves muy chiquita. ¿Estás casada? ¿Y entonces a los cuantos años te casaste? Pero si estaban muy chicos todavía. ¿Cómo le haces?
Cuando nació Luciana, solo fue tal vez la mitad de las personas que fueron la primera vez al hospital; tuve depresión posparto, y me di cuenta de que la mayoría de quienes se preocupaban por mí no eran esas ‘amistades’ de muchos años, sino muy poca gente que recién había conocido, pero sabía que en ese momento, el cariño y la preocupación era sincera.
Obviamente también estaban esas personas con las que sabes que siempre puedes contar, porque te lo han demostrado a lo largo de tu vida. Después de eso, ya ni siquiera tenía que buscar una conversación con alguna mamá en el centro comercial o en el supermercado: podía detectar en la cara de las personas que estaban a punto de acercarse a preguntarme si las dos bebés eran mías, que cuántos años tenía, que cómo le hacía con las dos, que porqué tan seguiditas, pobre de mí y comentarios semejantes.
Gracias a mi asesora de lactancia, empecé a frecuentar a un grupo de mamás que tenían bebés de la misma edad que Luciana. Romina ya estaba en guardería, así que por la mañana ella me acompañaba a esas reuniones. Estar con ellas me gustaba porque entendían perfectamente el proceso por el que estábamos pasando; los temas de conversación eran muy semejantes y nuestros conflictos eran casi los mismos aunque en realidad nunca existió una verdadera amistad, pues éramos solo un grupo que compartía de vez en cuando. Mantenía también muy pocas amistades de antes, amigas que aún no se convertían en madres ni estaban casadas, así que a veces sentía que no podíamos compartir realmente nuestras experiencias ni empatizar porque nuestras etapas de vida eran diferentes.
Un año después, cuando Romina entró al kínder, fue cuando más desencajada me sentí; sentía que no hacía ese click que empieza una amistad con nadie, me sentía excluida por mi edad y empecé a aceptar que la etapa de la maternidad era realmente solitaria. Primero me generó mucha frustración, incluso hasta un poco de depresión, pero cuando por fin acepté que a mi vida llegaría quien necesitara llegar y serían las personas indicadas, comencé a relajarme y por fin las circunstancias se fueron adaptando.
El grupo de mamás de lactancia se fue modificando hasta que quedamos mamás con las que realmente me sentía cómoda, con las que empecé a generar un vínculo de amistad e incluso de contención y apoyo. En el colegio de las niñas también pude empezar a relacionarme con otras mamás con las que me sentía identificada. Y me di cuenta que el problema no era que no encajara, sino la urgencia o necesidad que tenía de seguir con mi vida antes de la maternidad, de mantener mi círculo social, quizá porque sentía que si lo dejaba, se perdería una parte de mí.
Entendí que todos vamos cambiando, que la maternidad nos cambia, cambia nuestras prioridades, nuestras necesidades y las circunstancias, pero no debería cambiar nuestra esencia. Mis amigas de antes de la maternidad son esa ancla que me ayuda a no perder de vista quién era antes de ser mamá, me recuerdan que antes de mis hijas también tenía una vida y que mi mundo no se debe centrar solo en ellas; mis amigas de maternidad me permiten ser yo con esta nueva etapa integrada y han sido mi equipo en este recorrido.
Hoy estoy consciente de que las amistades se eligen, pero también de que no puedes ir por la vida buscándolos; los amigos se encuentran a lo largo del camino que estás recorriendo, porque serán personas que tengan un camino semejante al tuyo o por lo menos que en algún punto sus diferentes caminos los llevaron al mismo lugar para coincidir. Socializar es una necesidad del ser humano, pero creo que conforme vamos creciendo y madurando nos damos cuenta de que en este tema sí aplica el dicho ‘Es mejor calidad que cantidad’.