Una mujer fuerte representa a todas las mujeres, cada una con sus propias batallas, con sus propios demonios, con sus propios problemas.
Estoy convencida de que me criaron para ser una mujer fuerte, independiente y autosuficiente. Llevo esa etiqueta pegada en mi frente con mucho orgullo, la verdad, como muchas otras mujeres.
Me regocija escuchar cuando alguien se refiere a mi o me describe con esas características, jamás de los nunca jamases le había visto el problema de considerarme así. Incluso, hasta me he llegado a sentir superior o con cierta ventaja por ser ‘de esa manera’.
Desde hace un tiempo, un poco más de un año, he estado haciendo trabajo personal muy profundo. He conocido sobre mi linaje. Le he pedido permiso a mi árbol genealógico para acceder a mi historia y trabajar con ella.
He tenido lecturas de tarot terapéuticas y me han hecho un mapa numerológico; he tenido acercamientos con el arte y la danza en terapia, y obviamente he estado en muchas sesiones particulares, además de los libros que he leído referentes al mismo tema.
En fin, todo este desglosamiento solo para que les quede claro, lo mucho que he recorrido. Y con todo esto, he visto un enorme cambio en la Brenda que empezó ese camino, con la Brenda que soy hoy.
Descubriendo la psicología alternativa
Mi encuentro con psicólogos data desde mi adolescencia, ya como adulta decidí probar con otro camino y llegué con un psicoanalista. Hace ya unos años me dio de alta y lo dejé.
Después de vivir una experiencia muy fuerte, decidí volver, ahora con una psicóloga. Ha sido una de las confrontaciones más relevantes en mi vida. Sentí como si por primera vez me viera en un espejo, pero no solo vi mi físico; vi mi interior, vi mi forma de ser y pensar, y no me encantó.
Recuerdo salir de ahí impactada, con un hueco enorme en algún lado de mi interior, no sé bien donde, pero sentí un vacío profundo.
Tomé un curso de eneagrama en el que descubrí mi eneatipo y las características de este; fue la primera vez que me abrí a lo que llamo ‘psicología alternativa’.
Fue un curso bastante intenso en el que descubrí algunas heridas que tenía. Hoy, viéndolo en retrospectiva y con el camino que ya he recorrido, reconozco que no estaba lista para enfrentar mis demonios y salí huyendo, literalmente, cual escena dramática de telenovela, corriendo cubriéndome la cara en un mar de llanto.
¿Qué significa ser una mujer fuerte?
Desde ese momento, supe que algo no estaba bien en mi interior. Con el paso del tiempo, ese hueco se fue agrandando, y como cualquier vacío que va creciendo, se empieza a tragar muchas cosas a su paso. En mi caso, ilusiones, pasiones, hobbies, alegría, mi esencia básicamente.
En mi cabeza resonaba la frase que mi papá me decía:
“Brenda tu brillas, donde quiera que vayas es como si dejaras el camino por donde pasaste marcado, tu sola presencia basta para saber que estás ahí, porque eres como una chispa.”
Claro que era mi papá y ante sus ojos de amor siempre fui así, pero sentía que esa chispa dentro de mí, se había apagado.Después de un colapso, de un ‘breakdown’, de haberme desmoronado por completo, decidí empezar con el camino del trabajo personal. Claro que no sabía lo que vendría, pero sabía que lo necesitaba, con urgencia.
Comencé y como una cebollita, fui desenvolviendo capa por capa lo que estaba sintiendo. Me encontré en un punto de mi vida, en el que esta etiqueta de la que tan orgullosa estaba, se estaba volviendo una carga, un obstáculo, un muro en mi camino que no podía atravesar. Esta etiqueta de mujer fuerte y lo que para mí significaba serlo, no me permitía ser ni expresar lo que sentía, ni dejaba a los demás ver mis puntos frágiles ni mis debilidades.
Me exigía mantener esta imagen de que todo era perfecto en mi vida, que mis hijas eran perfectas, mi familia era perfecta y sobre todo yo era perfecta, y DIOS el trabajo tan agotador que me estaba costando hacerlo.
Redescubriendo mi fortaleza
Hoy sigo portando con mucho orgullo mi etiqueta de ‘mujer fuerte’ porque le he dado otro significado. Muchas creemos que una mujer fuerte es la que tiene todo bajo control.
Esta imagen de Instagram, de una mujer delgada, guapa, con un cutis perfecto, con sus hijos vestidos perfectamente coordinados, el marido perfecto y la casa y el perro, todos posando perfectamente a su alrededor porque evidentemente es quien tiene el control.
Para mí, ahora, una mujer fuerte representa a todas las mujeres, cada una con sus propias batallas, con sus propios demonios, con sus propios problemas con los que cada día nos levantamos a lidiar.
La ‘mujer fuerte’ que hoy soy se desmorona, se cansa. Hay días que se pone lo primero que encuentra a la mano y ni siquiera se molesta en verse al espejo porque sabe que se ve fatal. Que no usa ni una sola gota de maquillaje para intentar taparse el nuevo grano que le salió.
Hay días que no baña a sus hijas ni les da todo lo que el plato del buen comer lleva. Días en lo que no me escuchan para nada y llega un punto en el que ya ni siquiera me esfuerzo en tratar de hablarles para darles indicaciones.
Hay momentos que ruega porque llegue el momento que alguno de sus abuelos se las lleve para tener un momento a solas y no hacer nada. Hay días que no quisiera salir de la cama, que el mundo me abruma y quisiera desaparecer. Hay otros en los que discuto tanto con mi marido, que siento que nuestra relación no va bien y veo el final de nuestra historia.
Las mujeres fuertes sí se dan por vencidas
Días en los que parece que un torbellino se originó en mi casa y siento que es más fácil prenderle fuego que empezar a recoger y limpiar. Esta mujer toma malas decisiones, se equivoca, se cae, a veces se deja pisotear y después se le ocurren las mejores contestaciones que pudo haber dicho en esos momentos.
Me queda claro que la mujer fuerte que hoy soy, sí se da por vencida, porque sabe reconocer cuando ya no hay más que hacer en ese momento. Pero después de una buena lloradera, de un día sin salir de la cama, de un buen baño y un buen café, me vuelvo a levantar, con más claridad para ver las cosas desde otra perspectiva y empezar de nuevo.
Hoy, me caigo las veces que sea necesario, incluso a veces, hasta me quedo tirada un rato: y hasta hay algunas caídas en las que necesito pedir un empujoncito para poder levantarme. Pero ya reconozco cada una de esas caídas sin vergüenza ni temor a que me vean ‘menos fuerte’, porque sé que me voy a levantar de nuevo, y con cada caída y con cada vez que me levanto, entiendo que cada día soy un poco más fuerte, porque vas perdiendo el temor de empezar de nuevo, esta vez con más experiencia.